Hoy queremos compartir con vosotros uno de los artículos del libro “Las Hormonas de la Felicidad” de nuestra psicóloga Inés C. Lemmel.
En los últimos años se ha hablado, escrito y estudiado de manera mucho más precisa la que está considerada como la gran enemiga de nuestro bienestar. El cortisol es la hormona a la que nadie quiere, sobre todo desde que se le colgase el cartel de «hormona del estrés». Gracias a este interés por parte de toda la comunidad científica, hoy no solo sabemos mucho más sobre esta hormona que actúa como neurotransmisor, sino también sobre los procesos que desencadena y cómo se puede regular.
El cortisol se produce en las glándulas suprarrenales, que están situadas en la parte superior de cada riñón y que se ponen a trabajar cuando reciben la orden del hipotálamo. Una de las particularidades del cortisol es que su acción repercute en prácticamente todos los órganos y tejidos de nuestro cuerpo. Conocemos solo la parte negativa del cortisol y esto no es justo, dado que también interviene en diferentes funciones que se llevan a cabo en nuestro organismo y muchas de ellas (por no decir todas) son vitales para su correcto funcionamiento. Por tanto, se trata de una hormona necesaria, pero en su justa medida.
Una hormona necesaria (pero sin pasarse)
Al igual que el miedo, del que tanto hemos hablado, el cortisol nos salva la vida a diario. Nos ayuda a actuar frente a situaciones de peligro, nos obliga a ser sensatos, a concentrarnos en un problema y nos ofrece la energía necesaria para actuar. Podríamos decir que el cortisol es la «hormona de la concentración», ya que se libera en grandes cantidades cuando nos enfrentamos a un problema y, gracias a ella, ponemos el foco en ese asunto y
la atención no se desvía. ¿Te suena eso de «trabajo mejor bajo presión»? Pues, ese empujón lo da precisamente el cortisol al notar las cosquillas de la
presión. El cortisol es una respuesta natural y necesaria de nuestro cuerpo, el problema aparece no solo cuando hay un exceso, sino también cuando éste se alarga en el tiempo. Es decir, es normal que las alarmas salten y nos pongamos en tensión por un hecho en concreto, pero no podemos estar en situación de alarma constantemente.
Señales de alerta
Aquí van siete señales que tu cuerpo te manda cuando el cortisol está demasiado alto durante demasiado tiempo, es decir, cuando es algo crónico:
Siempre estás cansado. Da igual la hora o el día, si has dormido mucho o poco. Esa sensación de agotamiento te acompaña durante todo el día y
no hay siesta ni café que te devuelva la energía que tenías.
- Te cuesta descansar. A pesar de estar cansado, tardas mucho en caer dormido o te despiertas a medianoche y te cuesta volver a coger el sueño. Si esto ocurre entre las 3 y las 4 de la mañana, es el cortisol.
- Problemas digestivos. Y no hablamos solo de la digestión, sino también de la absorción de nutrientes, que puede llegar a ser mucho más peligroso de lo que uno pueda pensar. Uno de los trastornos más frecuentes es pasar de un fuerte estreñimiento a fases de diarrea sin que haya habido cambios en la alimentación. Los gases, las digestiones pesadas o incluso la aparición de algunas intolerancias son otros problemas que suelen darse y para los que los médicos tardan en encontrar una respuesta.
- Deseo de comida poco saludable, con los dulces y otros alimentos ultra procesados a la cabeza. Este anhelo de nuestro organismo vinculado al cortisol está muy relacionado con la dopamina, esa molécula tan vinculada con el placer y las recompensas. Como hemos visto en el capítulo anterior, la dopamina se genera ya en el momento en el que pensamos que algo placentero está por llegar. Esa recompensa que logra apagar el hambre emocional producto del estrés nos hace sentirnos bien. Y a la dopamina le gusta mucho la sal, la grasa y el azúcar. Por cierto, ¿sabes qué alimento tiene grasa y azúcar en partes iguales y por eso suele ser el antídoto perfecto ante cualquier mal momento? La tarta de queso.
- Carácter más irascible. Que las hormonas condicionan nuestro carácter es algo de lo que ya no queda duda a estas alturas del libro. Y que el exceso de cortisol no iba a traer nada bueno creo que era fácil de adivinar. Y así es. El cortisol en abundancia provoca cierta irritabilidad, es decir, que saltas a la mínima. Son habituales los cambios humor, los ataques de cólera y la sensación profunda de tristeza.
- Bloqueo. Hemos dicho que esta hormona nos ayuda a concentrarnos y a superar esos picos de estrés, pero cuando esto se alarga en el tiempo, el efecto rebote es grande. Así pues, es normal sufrir bloqueos mentales, quedarse en blanco u olvidar cosas básicas. ¿Te suena ese «a que venía yo a la cocina»? y como esas, unas cuantas al día.
- Bajo deseo sexual. O la libido por los suelos. Ya hemos visto como las hormonas interactúan entre sí, se condicionan y se anulan. Como a veces se llevan bien y se complementan y como en otras circunstancias se fastidian entre sí. Pues eso ocurre con el deseo sexual y el cortisol.
El síndrome Cushing
Por cierto, en casos extremos esto tiene un nombre, el síndrome de Cushing y puede tener graves consecuencias. Por eso, hay que tomar medidas lo antes posible. Además de exponer al organismo a niveles de cortisol muy altos durante un largo periodo de tiempo, este síndrome también se puede dar debido al consumo de un grupo de medicamentos llamados glucocorticoides. El primer síntoma suele ser físico y algo llamativo, ya que aparece una especie de joroba o protuberancia justo donde el cuello da paso a la espalda. También es habitual apreciar como personas aparentemente delgadas muestran un abdomen muy hinchado, como si solo les engordase la parte central del cuerpo. Además, se puede apreciar estrías en la piel, sobre todo en las mejillas. Pero sus efectos no solo se aprecian por fuera, sino que también se produce un aumento de la presión arterial y puede provocar pérdida ósea.
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