Las benzodiacepinas son medicamentos llamados psicotrópicos y sintéticos que se usan en medicina para tratar problemas como el trastorno de ansiedad, el estrés o el insomnio.
Su fórmula química es C15H12N2O, y su denominación generalmente acaba en las terminaciones -am o -an (triazolam, oxazolam, midazolam) y -pam/-pan (diazepam, lorazepam, lormetazepam). Se trata de agentes depresores del sistema nervioso que actúan de una forma más selectiva que otros fármacos barbitúricos.
En particular, realizan su función sobre el sistema límbico, involucrado, entre otras funciones, en el control de las emociones y estados de conducta. En otras palabras, actúan como depresores del sistema nervioso central, dando una sensación de tranquilidad similar al de algunas drogas. Por ello solo deben ser prescritas por un profesional de la medicina.
Posibles efectos secundarios
Igual que sucede con muchos medicamentos ansiolíticos, las benzodiacepinas pueden tener efectos secundarios relevantes, entre los que destacan:
- Somnolencia, especialmente en los primeros días de tratamiento.
- Debilidad, aturdimiento, pérdida de orientación.
- Lentitud del habla, náuseas, dolores de cabeza o dificultades de memoria.
Peligro de dependencia
Como apunta la guía para profesionales de la salud del Ministerio de Sanidad, debido a que las benzodiacepinas se recetan habitualmente para reducir los niveles de ansiedad, ocurre con frecuencia que se consumen durante mucho más tiempo de lo que el tratamiento con estos fármacos aconseja.
Además, en muchas ocasiones son usadas para ‘contrarrestar’ los efectos de otras drogas, como la cocaína o las anfetaminas, un comportamiento que puede alargarse en el tiempo hasta dar lugar a posibles adicciones. Cuando una persona deja de sentir efectos adversos de dependencia después de consumir, probablemente es porque padece una adicción a estas sustancias.
“Las benzodiacepinas son la forma más rápida y barata para tratar la ansiedad y el insomnio», alertan desde Sanidad. «Aunque no siempre lo más barato es lo mejor”. Las autoridades sanitarias advierten que los tratamientos con este medicamento «no siempre debería de ser la primera elección, sino más bien una alternativa”.
Una vida medicalizada
Vivimos en una sociedad competitiva y estresante en la que debemos sostener rutinas que exigen mantenerse al límite del rendimiento sin angustia y sin claudicaciones. En este contexto, a muchos les cuesta enfrentarse a los problemas cotidianos y recurren a la química para desconectar, mitigar la ansiedad o para dormir.
La “medicalización de la vida” ha provocado que muchas circunstancias que no son patológicas, sino situaciones vitales o de la vida cotidiana que son etiquetadas erróneamente como trastornos de ansiedad o insomnio, acaben siendo tratadas con psicofármacos en vez de recurrir a una intervención no farmacológica como la educación sanitaria o alguna intervención psicológica, lo que supone una práctica errónea y con potencial adverso.